TIO CONEJO- Lomo apaleado

Es hora de un buen banquete, dijo el Tío Conejo mientras se detenía en la vereda junto a un árbol de guarumo y escuchaba el silbo de un campesino que regresaba de la foresta La Chumelera.
 
 

Pronto el Tío Conejo se tendió en el sendero haciendo el muertito con sus patas y brazos estirados, los ojos bizcos y la lengua fuera de la trompa. La treta no podía fallar, el Tío Conejo sabía que el campesino cargaba tecomates de miel.
-¡Un conejo muerto! -dijo el campesino frente al árbol de guarumo-. Podría llevarlo al rancho para el almuerzo, pero... es tan pequeño que no alcanzaría para alimentar a mis siete hijos y mi esposa y mis gatos y mis perros...
Desilusionado el campesino se alejó por la vereda, mientras tanto el Tío Conejo corrió por un atajo con su treta en mente y de nuevo se tiró al suelo.
-¿Otro conejo? ¡Vaya, serían dos conejos! Así la carne alcanzaría para mis siete hijos, mi esposa, mis gatos y mis perros...
Sin reflexionar el campesino dejó los tecomates en el suelo y regresó a buscar al primer conejo del guarumo. Muy avispado el Tío Conejo se dio el levantón y escapó con los tecomates de miel.
Al poco rato apareció el campesino desilusionado porque no encontró al primer conejo, y su pena fue mayor al descubrir que sus tecomates de miel habían desaparecido:
-¡Diantres, ese conejo me ha engañado!
A la mañana siguiente, sobre una peña pacha el Tío Conejo deleitaba a chupetes la miel de uno de los tecomates birlados al campesino.
Eran tan escandalosos los chupetes que daba el Tío Conejo, que llamaron la atención del hambriento y moribundo Tío Coyote que merodeaba a la búsqueda de una presa para comer.
-¡Qué suerte encontrarlo Tío Conejo! -dijo el Tío Coyote.
-Usted dirá -respondió el Tío Conejo.
-Veo que deleita un gran banquete, bien podría convidarme -dijo el Tío Coyote.
-Llega tarde Tío Coyote, mire que el tecomate se ha quedado vacío.
-En ese caso podría decirme donde encontró la miel, y muy rápidito voy a buscarla.
-Fácil Tío Coyote, todas las mañanas pasa un campesino con varios tecomates de miel.
-¿Y el campesino regala la miel? -dijo el Tío Coyote.
-Usted se tira como moribundo en la vereda, y el campesino le dará la miel para que reviva.
-Pues... ¡Allá voy volandooo! -dijo el Tío Coyote, y desde atrás de un matorral de chichipince gritó-: ¡Gracias por el aviso Tío Conejooo!
-Espere Tío Coyote, lleve este tecomate para que el campesino se lo llene de miel.
Ya en la vereda el Tío Coyote se tendió en el suelo, al poco rato apareció el campesino.
-Pero que veo, un coyote. No es posible... ¡y tiene mi tecomate!
Acostado en el suelo polvoso el Tío Coyote comenzó a estremecerse y gemir para provocar lástima.
-¡Jajá, con que éstas tenemos! Así que ahora bandido conejo, te has disfrazado de coyote. Pero el tecomate enmielado te delata -dijo el campesino, en tanto recogió un palo y se lanzó furioso a la zurra.
Los alaridos del apaleado Tío Coyote se escucharon por el monte. Más tarde llegó a la peña pacha:
-¡Tío Conejo, usted me ha engañado! Por culpa suya, tremenda apaleada me ha dado el campesino. Mire como traigo el lomo de molido. Lo peor es que, el hambre se me ha revuelto, así que no tengo otro remedio que comérmelo a usted...
Los colmillos brillaron en la trompa del Tío Coyote, los ojos se le desorbitaban, en tanto se lanzó con tarascada. Pero la embestida fue mal calculada y se estrelló contra la peña pacha. Salvado el Tío Conejo dio un salto, y se despidió:
-¡Adiós Tío Coyote: ahí lo dejo con el lomo apaleado!
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