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Cuando sea grande...

Hace muchos años, cuando se le preguntaba a una niña o un niño acerca de lo que quería ser cuando fuera grande, invariablemente daba respuestas relacionadas con un ideal asociado a la profesión que escogía. Por ejemplo, “cuando sea grande quiero ser doctor para curar a la gente” o “quiero ser maestro para enseñar”. Muchos querían ser policías, doctores, enfermeras, maestras. Pensar en una profesión iba ligado a la idea de servir a alguien.
Si ahora preguntamos a los niños o los adolescentes acerca de qué profesión les atrae, generalmente  sus respuestas están asociadas con el estatus que esta les ofrece: ganar dinero, tener carros, televisiones de plasma, muchos empleados y vestir ropa de marca. En una ocasión comentábamos con un profesor universitario acerca de que la meta de la mayoría de los estudiantes era poner su propia empresa, meta muy positiva, por cierto. Sin embargo, él me decía. “Si todos ponen una empresa, quiénes trabajarán en ellas”. Ser empresario se ha convertido en el sueño dorado de la juventud. 
¿De qué manera afecta esta visión a la sociedad en general? Cuando el éxito se centra en lo monetario y el bienestar personal, se olvida que parte de nuestra realización como seres humanos tiene su fundamento en el servicio a los demás y el desarrollo de la comunidad. Entonces  vemos a las otras personas como objetos o medios para alcanzar nuestras aspiraciones económicas y las tratamos en consecuencia. Los profesionales ven a sus clientes como fuente de ingresos, son importantes porque pagan. Entonces se recurren a políticas de servicio al cliente donde debe tenerse a este contento para que sea fiel. Hasta en los hospitales y en las instituciones educativas se hace referencia a las personas como clientes.
Esto nos lleva a una relación impersonal entre oferentes de servicios y clientes. Con ello desaparece el interés por ser útil a otra persona de carne y hueso que necesita de nuestra preparación, capacidad e interés para solucionar alguno de sus problemas. Y ese es el modelo que le estamos dando a la niñez.
Los adultos debiéramos ser la inspiración de los jóvenes y no lo estamos siendo. Hemos olvidado los ideales que alguna vez motivaron nuestras acciones y estamos dando a las nuevas generaciones una visión cosificada del mundo y del género humano.
Con eso también les negamos el derecho de soñar y de creer que el mundo puede ser mejor. Es necesario que padres, maestros y la sociedad en general pensemos en las consecuencias que tienen nuestras acciones como referentes de la niñez.
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Una verdad sobre Guatemala

El Informe de Desarrollo Humano Mundial del PNUD se entregó ayer. En él nuevo se demuestra que nuestra realidad sigue teniendo graves problemas. El mayor que se visualiza a simple vista es la escasa escolarización de la población que apenas, como promedio, solamente asiste 4 años para ser formada. Es decir, tenemos millones de personas semianalfabetas y un buen número todavía sin asistir a ningún centro de enseñanza, así como y jóvenes que no tienen ni siquiera las herramientas básicas que dan una lectura y escritura mínima y una cultura aceptable. Cualquier persona que sea profesor universitario podrá atestiguar el descenso de la educación y el virtual declive de las humanidades, que fortalecían en mucho esta parte, instructiva y formativa para la nación, pero pareciera que nunca hay inversión social donde más se le requiere.
El verdadero problema que arroja esa cifra es el atraso que durante muchos años debemos sufrir, porque resulta imposible que superemos esa brecha en poco tiempo. Y entonces sí que vemos otro agujero que de pronto se abre ante nuestros ojos y nos deja perplejos. Además no es una cuestión que podamos fácilmente reparar. No estamos preparados para un futuro que necesita de inmensas inversiones para igualar a otros países de la región y poder competir por una vida mejor. Esto solo nos avisa que seguiremos exportando mano de obra de tercera categoría. Por otra parte, somos testigos de que la inversión pública pareciera un callejón sin salida. Falta una reforma fiscal efectiva y suficiente concientización en algunas de las comunidades, y sobre todo en algunos políticos, que se han dejado manipular durante decenios para que esta realidad nunca sea abordada como es debido. En cambio paralizan las discusiones parlamentarias eternizando las famosas interpelaciones a ministros, que se han convertido en una técnica para no solventar las responsabilidades inherentes al Congreso, que además de ser urgentes son necesarias para una realidad humana lesionada.
Cada vez que viene el informe del PNUD volvemos a repetir la historia: nos asustamos algunos y después todo sigue igual. Es necesario que se tome en serio el puesto que nosotros, como conjunto de comunidades guatemaltecas, hemos ido consintiendo para nuestro país. El resultado del informe no es algo que pueda ocurrir por el efecto violento de una tormenta tropical. Al contrario, es un olvido y una indiferencia de muchos años lo que vemos aquí, una realidad que al ser comparada con otros países resulta hasta vergonzosa. Es urgente que salgamos de ese puesto que, de no ser por una o dos naciones, sería el último. Hay que entenderlo, asimilarlo y realizar el esfuerzo que siempre se ha prometido y al final no realizamos: salvemos el país y unamos los esfuerzos de todos los sectores. Este es el momento de buscar las causas y sus soluciones.
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¿Dónde quedó la nación latinoamericana?

Sin lugar a dudas América Latina es una de las regiones con mayor similitud entre los países que conforman este subcontinente. Somos una región que comparte un pasado indígena (en la mayoría de países), una historia de conquista europea, costumbres, tradiciones, religión y lenguaje. Incluso podríamos decir que nuestro subcontinente es una nación unida por vínculos históricos y separada por una geografía política que fue delimitada por intereses individuales de gobernantes que pensaron que la división era la clave para su permanencia en el poder.
Bien lo sabía Napoleón II, cuando, en un intento por ocupar el lugar que había dejado el yugo español a mediados del siglo XIX, llamó a nuestra región “Latinoamérica” haciendo alusión al origen latino de nuestra lengua, el cual compartimos con los franceses, italianos y portugueses en el viejo continente.
Qué pensaría el gran Simón Bolívar si pudiera apreciar lo que es hoy “Latinoamérica”, aquella gran nación con la que soñaba y por la que peleó hasta el último día de su vida. Qué haría el general San Martín si sus ojos observaran lo distante que está Uruguay de Argentina, o lo lejos que políticamente están su nación (Argentina) con Chile, país al que ayudó a independizar de la mano de aquel acaudalado O’Higgins.
Hoy en día el mapa latinoamericano “aparenta” integración de jure, pero vive una separación que parecería irreconciliable de facto. Si bien es cierto existen intentos de una integración formal tanto en Centroamérica como en Sudamérica, lo que observamos es que ningún movimiento de regionalización tiene la fuerza suficiente para cumplir con el sueño de una “nación latinoamericana”.
Los movimientos de integración más importantes en América Latina son La Comunidad Sudamericana de Naciones (CSN), la Asociación Latinoamericana de Integración (ALADI), el Mercado Común Centroamericano (MCCA), La Alternativa Bolivariana (ALBA), La Comunidad Andina de Naciones (CAN) y el Mercado Común del Sur.
De las anteriores la más “grande”, por territorio y población es la CSN, es paradójico, pues en está no encontramos como miembro pleno al país más representativo de los hispanoamericanos, aquel Estado al que Morelos llamó “la puerta de América Latina”, nos referimos a México, país que sólo es observador en aquella Organización Internacional.
Todavía no existe una Organización que represente los intereses de “la nación latinoamericana”. Para superar los retos como nación hay que tener en claro que los latinoamericanos somos hijos de la madre patria europea y del humilde padre indígena. Somos nacidos de una España y una Mesoamérica multiétnica. Pero también somos hijos de una cultura prehispánica, de hombres oprimidos, de naciones heridas de muerte, de indios esclavizados que no terminan de ser sometidos. Somos fruto del desprecio y opresión de a quienes nuestros antepasados arrebataron sus tierras, somos presas y opresores en nuestra historia, el ejemplo más claro de una pareja antagónica, el fruto de la negación de lo que fuimos y somos.
La idea de América Latina debe partir de un respeto a las diferencias entre los países y a las múltiples naciones que habitan nuestra región. América Latina no es más una abstracción para localizarnos en el mapa del mundo, es el recuerdo de un pasado común, un presente inconforme y un futuro todavía difuso.
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Uno menos

“No le temo a la muerte, sólo que no me gustaría estar allí cuando suceda.” Woody Allen

En el mundo existen personas con el don de la elocuencia en mitad de la tragedia. Estas personas por lo general van engominadas, perfumadas, tienen voz cristalina. Jamás titubean. Son el positivismo ambulante. Oráculos humanos. Te aprietan la mano, te abrazan y se avientan discursos asegurando con vehemencia que todo estará bien (aunque bien sepamos que no será así). Envidio a estas personas.
En la vida, no hay nada más terrorífico que dar el pésame. Tarde o temprano hay que darlo. Es algo inevitable. Ineludible, a menos que seas Wil Smith en la pésima adaptación de la película Omega Man. Y es que dar el pésame es algo que no se puede ensayar. Practicar. Por eso, en la cola del funeral, flanqueado de gente dubitativa, nerviosa, sollozante, uno visualiza la escena a ocurrir: el apretón y el abrazo que se le debe dar a la viuda, a los huérfanos y demás familiares sumergidos en el dolor. Pero esto no es tan sencillo como parece, de inmediato nos asaltan las dudas: ¿Qué tan fuerte debe ser el apretón de manos? ¿Qué tan prolongado y caluroso el abrazo? ¿Debe uno mirar a los ojos y/o sostener la mirada? ¿Sería apropiado decir unas palabras de aliento? ¿Deberíamos picarnos los ojos y parpados para que estén bien hinchados y enrojecidos como los de las señoras muy sufridas de adelante? Lo siento mucho, mascullamos una y mil veces mientras la fila avanza, y cuando llega nuestro turno, quedamos mudos, pasmados, estatuas de cartón, pero en el fondo, agradecidos de no haber sido nosotros el pobre diablo que presa de los nervios se aventó la puntada de felicitar a la viuda.
En teoría, la muerte es lo que menos debería impactarnos, pues es lo único seguro que ocurrirá en la vida; sin embargo, siempre nos sorprende, llena de dudas, anega, empaña los ojos de lágrimas. No puedo creer que se haya muerto, decimos, como si nuestros conocidos fueran inmortales, personajes indispensables, insustituibles en nuestra vida, aunque de ellos no sepamos nada durante años hasta el día que nos informan de su deceso.
Mamá es especialista en hacerme creer que alguno de mis hermanos y/o seres más queridos ha muerto. Con voz entrecortada, sorbiéndose los mocos, tartamudea por el celular: ¡Se-se-se se murioooooó! Quedo helado. Pálido. De una pieza. Entro al cuarto blanco de Matrix. Se murió Juan Camilo Mouriño, dice sollozante. O: se murió el príncipe Guillermo de Luxemburgo, dice en medio de un batidero de mocos. Me dan ganas de matarla. Ahorcarla. Pero en vez de eso, respiro aliviado. Por ahora. Sé que un día la bolita de la Ruleta caerá en la casilla con el nombre de alguien de la familia.

A nadie en su sano juicio le gusta asistir a los funerales (salvo a las señoras amantes de la barra nocturna de telenovelas), pues además de ser el recordatorio de que pronto seremos quienes estén en una urna o una caja, es la confirmación de que hemos envejecido. ¿Te acuerdas de Susanita, la hermanita de Mariana? Es esa, la ballena de allá, y esos cuatro demonios son sus hijos.
Los funerales también son la oportunidad para quedar como un perfecto antisocial. ¿Qué pasó, ya no saludas? Incrédulo, en un seboso abrazo te fundes en las carnes del ídolo de tu juventud, el galán de las vacaciones de verano, al tiempo que te prometes que al llegar a casa comenzarás la dieta de la sopa milagrosa y que bajo ningún concepto te mirarás al espejo, nunca más.

No nos engañemos, si uno tiene la desgracia de estar del otro lado de la cancha, por más pésames que reciba, por más palabras de aliento que escuche de gente engominada, perfumada, de voz cristalina, jamás se recuperará de la muerte de un ser querido. Su voz, su aliento, su olor, las cosas insignificantes a las que nos acostumbró día a día, van desapareciendo. Esfumándose. Y he ahí la verdadera tragedia. Es imposible instalarse en el dolor perpetuo a lo perro Hachi. La vida sigue. Y con el paso del tiempo descubriremos que apenas y tendremos un minuto para recordar al ser querido ausente. Fantasear qué haría en estos momentos si estuviera con nosotros.
La muerte es una horrenda cicatriz a la que más vale acostumbrarse pronto. ¿A qué se dedica tu papá? Está muerto, respondes a manera de disculpa, pues sabes, tendrás que soportar la incomodidad del otro. Su sonrojo. Su titubeo. Su no saber qué decir. Su lo siento, aunque no sienta nada. Irremediablemente caerás en la fantasía y exageración de las virtudes del difunto. En su glorificación. Al dedo en la llaga cuando tus hijos y sobrinos pregunten: ¿Y cómo era abuelito? Con horror descubrirás que lo has olvidado. O mejor dicho, que no existen calificativos para humanizarlo. Traerlo de vuelta. La muerte es dolor y olvido. No nos engañemos. Uno a uno nos estamos yendo.
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Sobre el servicio social

Dentro de los Acuerdos de Paz se contempló la sensibilización de la juventud. Esta debe participar del desarrollo de una sociedad que necesita urgentemente cambios profundos, y para ello la juventud necesita conocer el interior de las comunidades, ampliar sus vínculos y, sobre todo, su intercomunicación. Pero este factor se nos olvida y en Guatemala es desfigurado por un mal entendido individualismo que hunde sus raíces en el desproporcionado interés en una posición aventajada frente al otro, incluyendo a los miembros de la propia familia, y muchas veces  perdiendo perspectiva en cuanto a las propias características histórico-sociales de este país. 
Esta nueva implementación de la ley, que en el 2003 expresara esta insuficiencia sentida en los Acuerdos de Paz, vuelve a ponerse en práctica, de una manera voluntaria, para que los jóvenes presten al menos 18 meses de su vida juvenil a conocer el país y sus necesidades desde un servicio civil entregado a la comunidad nacional. Esto es lo que, según las autoridades del Ejecutivo, se necesita implementar y esperar para que por medio de este programa los jóvenes comiencen a tener una actividad que los implante en la sociedad como servidores acometiendo una de las incontables tareas que se necesitan, en un país que lucha contra el hambre y el analfabetismo, que principalmente se sienten en determinadas regiones, olvidadas y cada vez más alejadas de las instituciones.
La mayoría de los países desarrollados del mundo y con una tradición democrática comprobada tienen dentro de sus leyes la obligación de servicio al país en muchas formas, desde la milicia hasta los hospitales y escuelas. Aquí, debido a la debilidad financiera del Estado, que es resultado de una inconsciencia en muchos de los ciudadanos que se niegan a sacrificar algo de lo propio para realizar una verdadera reforma tributaria, cabalmente por estar tan alejados de la realidad vivida como país tercermundista, esa obligatoriedad se pierde porque se necesita de toda una infraestructura que requiere de una gasto fijo dentro del presupuesto de la nación. Y es necesaria esta sensibilidad y conocimiento del propio país y sus habitantes porque de ella nace la conciencia social básica, para que todos tengan claridad de sus acciones cívicas. Este tipo de legislación busca que desde la juventud se introduzca al ciudadano en todas las realidades que son vividas en el territorio al cual pertenece, para que no se quede enceguecido por desconocimiento y egoísmo.    
Cada uno de nosotros debiera, en su momento, servir al país para lograr de él un mejor lugar donde vivir. Además es una obligación que honra: ayudar con nuestros propios talentos allí donde son imprescindibles. Solo así aprenderemos a ser ciudadanos y a contribuir a formular una solución que la sociedad en estos momentos solicita con premura.  
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Identidad Colonizada




¿Qué palabra prefiere para expresar su identidad? Cuando alguien le pregunta a qué grupo étnico pertenece, cuál es el término con el que se siente más cómodo para identificarse.

Por lo general, las palabras que la mayoría de guatemaltecos preferirán tienen más relación con lo que niegan ser, que con una identidad segura y orgullosa.

Pero todas esas palabras que usamos trivialmente, como mestizo, ladino, blanco y criollo, han evolucionado de acuerdo con la historia de nuestro país y de sus procesos de formación de nación y ciudadanía. Historia caracterizada por distintas etapas de colonialismo a las que el lenguaje se acomoda.

Veamos, por ejemplo, la palabra “ladino” que ha sido la más usada para identificarnos. Antonio Batres Jáuregui, en su diccionario de provincialismos de Guatemala de 1892, dice que “ladino significa en castellano antiguo el que hablaba alguna lengua extraña, además de la propia; y de ahí vino que se diese el nombre de ladino al indio que hablaba español, y que tenía ya las costumbres de la raza conquistadora.

Hoy se llaman ladinos a los nativos de estos países que hablan castellano y que no tienen el traje ni las costumbres de los indios”.

Años más tarde, en su Diccionario de Guatemaltequismos, de 1942, Lisandro Sandoval define “ladino” simplemente como persona mestiza o de raza blanca.

En su última edición, el Diccionario de la Real Academia define “ladino”, con marca para América Central, como mestizo que sólo habla español. En la actualidad, vemos también que se está usando la categoría de “no-indígena”, en lugar de la anteriormente habitual palabra “ladino”.

La ladinización corresponde entonces a un proceso homogeneizador de la identidad guatemalteca, en la que nos caracterizamos por hablar español y por una actitud anti-indígena.

Se trata de un concepto estrecho que intenta negar la complejidad cultural de la sociedad guatemalteca.

Pero siempre hay quienes prefieren identificarse como blancos, aunque su piel sea más bien morena; o como criollos, por el estatus social que les da el hecho de ser descendientes de españoles, no importando si sus antepasados llegaron a Guatemala hace varios siglos. Ambos términos son absurdamente utilizados, porque continúan negando su arraigo al país del cual son originarios.

Esas palabras delatan la urgencia de una definición contemporánea, descolonizadora, de nuestra identidad.

Las constantes críticas a los indígenas por autoidentificarse como mayas, reivindicando sus idiomas y su cultura en la actualidad, no se percatan del avance de un proceso positivo y dignificador de afirmación de la identidad.

Antes de proferir todo tipo de estereotipos racistas, quienes dilapidan contra lo maya deberían notar que se recorre un camino descolonizador al deshacerse de términos como “indios” o “indígenas”, que fueron asignados por extranjeros para nombrar a los pobladores originales de Guatemala y el resto de América durante la conquista y la colonia.

Esa historia de Guatemala, la que delatan las palabras, sigue su curso. Ojalá que los llamados hoy no-indígenas nos decidiéramos a dar un paso más en la construcción de una identidad que podría ser intercultural, e intentáramos transmitir con nuevas palabras lo que somos todos los guatemaltecos.








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Identidad Nacional ¿Para qué?

Existen diferentes enfoques o maneras de plantear la identidad, y la importancia que en cada uno de ellos se otorgue al aspecto social o individual, condicionará el procedimiento y la definición del concepto. Para mí, en cualquier caso, la identidad es historia, representación y estrategia.
La identidad es historia, puesto que el conjunto de rasgos culturales propios de un grupo étnico (lengua, religión, modo de vida, organización social, costumbres, vestimenta, etc.), son el fruto de un contexto social y temporal específico, pero también porque esos rasgos culturales llevan la marca de la historia.


La identidad es representación, porque los individuos y grupos sociales, condicionados por el medio social y natural en que viven, construyen formas específicas de percepción de sí mismos (percepción de la persona), modalidades propias de concepción de la divinidad (percepción de la divinidad), formas específicas de relación de los hombres con la naturaleza (taxonomía, modos de apropiación) y formas propias de relación con los demás (relaciones sociales).
La identidad es estrategia, puesto que la percepción que los hombres tienen de sí mismos y de los demás, condiciona los comportamientos y las formas de relación de los individuos y grupos sociales, sus lógicas de acción y sus objetivos.




De manera que las personas, según sea su identidad étnica, poseen formas distintas de percepción de sí mismas y de las demás, de la sociedad, de la divinidad y del entorno natural.
De ello se desprende que en una sociedad donde existan múltiples identidades étnicas, no puede exis- tir una única forma de concebir la identidad nacional. Al menos no de manera idéntica.
De suerte que en Guatemala, país multiétnico y multicultural, construir la identidad nacional que represente a cada uno de sus componentes implica identificar lo que es común a todos, no obstante los rasgos culturales específicos de cada grupo étnico.



Me estoy refiriendo al conjunto de procesos históricos que han influido, de una u otra forma, en la configuración de la identidad de cada individuo y grupo social guatemalteco. Es esta constatación, precisamente, la que me permite afirmar que es la historia de Guatemala, su pasado maya, colonial y republicano, la que debe dar forma a la identidad nacional.


Pero no se trata de construir la identidad nacional basándose en el repartimiento y la encomienda, tampoco en otros hechos lamentables de la historia patria. Debemos conocer toda la historia, por supues- to, pero debemos privilegiar los símbolos y valores positivos que eleven la autoestima individual, social y nacional. Enaltezcamos a los mayas antes que a los griegos, al Gran Señor Kiq’ab’ en vez de sus hijos, a Fray Bartolomé de las Casas y no a Pedro de Alvarado, a José Simeón Cañas en lugar de José Cecilio del Valle, a Jacobo Arbenz y no a Justo Rufino Barrios, la cultura nacional en vez de la de Miami, a nuestra gente antes que al extranjero.

Pero advirtamos que la estructura del régimen colonial y republicano ha sido un factor determinante en los procesos de recomposición de las identidades de los guatemaltecos: ella ha (re) modelado las percepciones individuales y grupales, ella ha (re) definido las modalidades de relación entre los grupos e individuos, ella ha (re) configurado creencias y prácticas religiosas, y ella ha determinado las estrategias de los individuos y grupos sociales en su relación con los demás.



Se trata, entonces, de transformar el conjunto de relaciones perniciosas que articulan a los diferentes grupos étnicos de la sociedad guatemalteca, es decir, de cambiar el tipo de relaciones injustas y dañinas que a lo largo de casi cinco siglos han determinado la función de cada grupo e individuo en la sociedad. Debemos, pues, terminar con las superposiciones identitarias para darle carácter de unidad a la identidad nacional.


Mi propuesta no tiene nada que ver con la idea de identidad nacional que nos han inculcado. La identidad guatemalteca que conocemos es a mi juicio una “no identidad nacional”. Es decir, una identi- dad sin historia, sin referentes y sin un imaginario nacional común, porque no representa ni relaciona a los distintos grupos étnicos que integran la sociedad, y porque no responde a un proyecto común de nación.


En otras palabras, el concepto de identidad nacional que propugnan los grupos dominantes a través del Estado y su aparato ideológico y publicitario, es un reagrupamiento de elementos diversos que reducen la historia patria a una especie de “Xetulul”: La bandera de los liberales, el himno liberal, el escudo de armas de los liberales, el quetzal, la ceiba, Tecún Umán, “Gallo nuestra cerveza”, “Pollo Campero”, “Azúcar de Guatemala”, “Somos Chapines”, “Guateámala”, “Guatevisión”, “Vamos Chapines”, etc.; son algunos de los componentes de la no identidad nacional guatemalteca.



Esto tiene diversos efectos a nivel individual, grupal y nacional, puedo citar el caso de la supre- macía de los intereses individuales o grupales, en detrimento de los nacionales, cuando se toman las grandes decisiones económicas que pueden sacar adelante o hundir al país. La firma del TLC con los Estados Unidos, las concesiones mineras y petroleras, el caso de Cementos Progreso, son los ejemplos más recientes de los efectos perniciosos de esa “no identidad nacional”.
La importancia de crear una identidad nacional que reagrupe al conjunto de identidades étnicas, re- side en el hecho de que sólo sintiéndose parte de un proyecto de nación común a todos, los guatemaltecos podrán unir esfuerzos, diseñar estrategias y relacionarse con los demás países del mundo con objetivos claros que favorezcan al conjunto de la nación.




Si esto fuera posible, deberá ser el Estado, a través de sus instituciones (Ministerio de Educación, Radio, Televisión, etc.), el que trabaje en la construcción de una identidad nacional que represente y relacione a todos sus elementos. Esto plantea la necesidad de desarrollar un arduo proceso de enseñanza y aprendizaje y puesta en valor de la historia nacional, maya, colonial y republicana. Sólo así, y sólo anteponiendo el interés nacional por sobre el individual o grupal, los guatemaltecos mayas, mes- tizos, ladinos, criollos, garífunas, xincas u otros, que entonces enaltecerán su nacionalidad, podrán conocerse verdaderamente, comprenderse y acercarse, y romper las barreras que el sistema de dominación, explotación y discriminación les ha impuesto. Esto, evidentemente, significa que para construir la identidad nacional guatemalteca debemos transformar la estructura injusta que condiciona las percepciones individuales y colectivas, los comportamientos y las formas de relación social entre las personas y grupos étnicos del país.
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No a la construcción de un muro entre Guatemala y México

La Mesa Nacional para las Migraciones en Guatemala (Menamig) y la Pastoral de Movilidad Humana se pronunciaron en contra de la construcción de un muro entre México y Guatemala y que anunciara recientemente el vicepresidente de la República, Rafael Espada.

Para el sacerdote Mauro Ver­ze­­letti, director de la Pastoral, nuestro país adoptó el ejemplo de Estados Unidos y por ello promueve medidas restrictivas como la construcción de un muro en la frontera Guatemala-México, a lo largo del río Suchiate, lo que se justifica como una acción en contra del contrabando y como una medida de seguridad.

Flora Reynosa, de la Defensoría de la Población Desarraigada y Migrante de la Oficina de la Procuraduría de los Derechos Humanos, señala que la medida la justifican con mejoras a la economía y al comercio, lo cual es un retraso histórico que no tiene ningún sentido.

Marila de Prinz, coordinadora ejecutiva de Menamig, hace un llamado a que el dinero que se pueda utilizar en la construcción del muro se invierta en mantenimiento de carreteras y atención a la agricultura.

Reynosa considera que existe mucha desatención en el país y que por ello la pobreza y la falta de empleo provocan que el guatemalteco busque mejores oportunidades en Estados Unidos.

A la fecha van más de 18,000 personas deportadas de Estados Unidos, que vienen al país sin mayores esperanzas de mejorar su situación, dijo Verzeletti.

En Estados Unidos está por finalizarse un muro que tampoco permite el ingreso de ilegales a ese país, recordó el sacerdote.

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La inconsciencia de la migración

Cuando vemos que se necesita que masacren a inocentes connacionales en otro país, tratando de alcanzar un sueño que probablemente sea una pesadilla, y que esta se convierte en la nota roja de los diarios continentales, es cuando vemos qué inoportuna resulta toda retórica anterior y que todas las propuestas y programas que tratan por todos los medios de que los guatemaltecos alcancen aquí sus destinos y derroteros son insuficientes. Es entonces cuando nos preguntamos para qué se publican los estados calamitosos en que se encuentra un 40% de la población guatemalteca. ¿Tan poca cosa vale un guatemalteco que solo es unas pequeñas líneas de los periódicos sin que nuestra conciencia se mueva un milímetro?

Esta vez ya sabemos que son utilizados para pasar drogas, que son vendidos como esclavos, que son esquilados hasta donde sea posible los migrantes centroamericanos, pero ¿y los otros, los que quedan, los que se pierden en el anonimato de la ignorancia, los que borran del mapa por el disparo de un patriota que salva su pedazo de tiempo, el minute man ? Esos también son responsabilidad nuestra y no entendemos que sin nuestra ayuda y apoyo seguirán muriendo y seguiremos creando una atmósfera insensible de inconsciencia y vergüenza.

Guatemala necesita urgentemente de ser comprendida por los propios guatemaltecos. Necesita de ser entendida en su totalidad y complejidad, como parte de lo que se puede desa­rrollar legítimamente y que se está muriendo por falta de atención de la otra parte de chapines que parecieran estar destinados a vivir parasitando un pueblo que trabaja y en silencio sobrevive a sus necesidades sin un futuro que prometa solventarlas.

Esta es la calamidad de nuestras comunidades, esa falta de apoyo de todas las otras partes que conforman la nación de Guatemala y cuya actuación es imperiosa para que sobrevivamos con todas las riquezas humanas que tenemos.

Es necesario que desarrollemos lo rural, no a la manera de los siglos pasados, cuando se hizo de esos lugares del altiplano y de algunos del suroriente espacios para el latrocinio y la explo­tación, sino, contrariamente, pensando en una forma más equitativa y real, sabiendo que si esa parte de Guatemala perece todos dejaremos de existir.

Ahora se nos hacen presentes porque el crimen fue realizado en el extranjero y el mundo se voltea ante tal situación y la califica. Pero ¿y nuestros campos llenos de gente joven que necesita ser guiada y llevada a su desarrollo? ¿Y tanta gente que si tuviera un poco más de los necesario cambiaría nuestra forma de ver el mundo?

Esa es la responsabilidad de estas naciones y esa la urgencia de su respuesta. Tenemos que comprender que lo que llamamos rural, o cuasi urbano, debe ser cambiado radicalmente y tenemos que construir un fututo en sus comunidades. De lo contrario sucumbiremos a la desaparición.

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Sobre nuestro deber de denunciar

El problema fundamental de las personas extorsionadas es la falta de confianza en las autoridades, lo cual tiene un sesgo histórico y refleja el miedo de sentirse dentro de una situación controlada a la cual no se tienen ni indicios de cómo enfrentarla. Ahora se está proponiendo una manera que muchos expertos recomiendan y en otros países ha dado resultado, de parte del Ministerio de Gobernación, y del Consejo Asesor de Seguridad (CAS).

Lo primero es hacerlo saber a la Policía Nacional Civil o a al Ministerio Público. Luego, hacerlo saber a los vecinos y a personas que antes han sido extorsionadas sin éxito. Esto es básico porque devuelve la confianza a la víctima y desorienta a los victimarios, que se sienten amenazados. Además facilita la tarea de los investigadores.

El otro tema que entra en estos trabajos es la cultura de la denuncia. Esto choca con las costumbres de estos pueblos que han estado amordazados por dictaduras y durante grandes espacios de su historia, en la cual descubrir algo que no estaba dentro de lo legal resultaba peligroso y hasta en contra de la conciencia. Es por la confusión ideológica que se generó en la Guerra Fría, que duró 40 años en estos países, que denunciar era quemar a la gente de la propia familia que estaba incursionando en la guerrilla o simplemente ostentaba, dentro de sus credos políticos, ideas diferentes a las de los gobernantes. Recordemos la tiranía de Estrada Cabrera. Fueron miles los desaparecidos. Y durante el régimen de Jorge Ubico, y durante el llamado conflicto armado... durante todo ese tiempo el silencio fue la mejor postura para sobrevivir. Ahora debemos desaprender ese rasgo tan chapín y denunciar. Podemos ver que encierran a una anciana en la vecindad, o toparnos por causalidad de frente a un asesino, que lo callamos porque, primero, no creemos una obligación cívica la denuncia y, segundo, tenemos miedo a las represalias.

En países como Canadá o Estados Unidos, la denuncia es una obligación que todos cumplen y por tal motivo muchos delincuentes caen. En Cuba existe un monitoreo por cuadra del vecindario y por lo tanto muy rara vez se conoce un actuar en contra de los vecinos. También puede haber un abuso en este cuidar unos vecinos a otros porque recordemos que así nació la mafia italiana, dando protección. No se debe pagar por nuestra seguridad. Eso también es extorsión. Pero recordemos que para la seguridad de la comunidad es obligación nuestra denunciar algo que no está bien hecho. El simple golpear a una mujer vecina nuestra es causa para denunciar a su agresor. No digamos cosas más graves.

Como tantas veces se ha oído y dicho, tenemos que construir la ciudadanía, tenemos que volverla nuestra, porque la relación que tenemos con el vecino es pública y eso significa tener responsabilidades para con los otros. Cuidémonos cuidando. Eso hace una comunidad sana.

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Educar y no deforestar es la solución


La mayoría de guatemaltecos entrevistados y los ambientalistas están preocupados por la deforestación que existe en el país. Por eso se unen a la idea de emprender una campaña de concientización con el fin de sembrar árboles.

Josué Morales, gerente del Instituto Nacional de Bosques (Inab), asegura que es necesario plantar más árboles, tomando en cuenta que son 20,000 millones de metros cúbicos los que se pierden en leña cada año.

El vicepresidente de la República, Rafael Espada, dijo recientemente que el plan de bosques energéticos es uno de los más urgentes para la nación.

Otto Becker, directivo de la Gremial Forestal, informó que anualmente son taladas 60,000 hectáreas boscosas, de las cuales el 90% son utilizadas por los pobres para subsistir. “Entre 11 y 13 millones de metros cúbicos son de leña”, expresó.

Roberto Bosch, presidente de la Gremial Forestal, asegura que con el Programa de Incentivos Forestales (Pinfor) se han reforestado 94,000 hectáreas.

Para los guatemaltecos entrevistados, desastres naturales como la tormenta Agatha desnudan la realidad del país, ya que se demuestra que muchas partes han quedado deforestadas.

Pero no todo es negativo en el territorio. Por ejemplo, el pasado 24 de julio unos 1,000 estudiantes de diferentes centros educativos de Amatitlán plantaron 3,500 árboles en varias comunidades del municipio, especialmente en el área militar de El Morlón.

La siembra la organizó la Autoridad para el Manejo Sustentable de la Cuenca del Lago de Amatitlán (AMSA) y la alcaldía municipal.

“Esta actividad es fundamental para cumplir con la misión de AMSA en la recuperación de la cuenca y del lago de Amatitlán. Sabemos que los niños y jóvenes llevan la semilla y ello se convertirá en actitud y cambios de hábito para mejorar el medio ambiente”, aseguró Ramiro González, subdirector de la autoridad del lago de Amatitlán.

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Veinticinco beneficios de la lectura



Leer puede ser apasionante, entretenido y divertido; pero también puede parecer aburrido y lejanamente atractivo. Desafortunadamente prevalecen las segundas características, porque no nos enseñan bien, hablando de la lectura como un beneficio.
Nunca es tarde para intentarlo. Hoy -sábado 22-, de 8 a 11 horas, en el Gran Karmel, zona siete de Quetzaltenango, sin costo, se lleva a cabo un taller para aprender a leer. Sí, aprender a leer, para optimizar nuestro tiempo, mejorar nuestra comprensión y ampliar nuestros conocimientos. Generalmente la gente sólo identifica palabras, pero no entiende o interpreta.
Tan importante es leer que a muchos, literalmente, les ha cambiado la vida. Sus bondades son innumerables, de los 100 beneficios escritos o recopilados por Carlos Alberto Sánchez Velasco, me permito reproducir los 25 que más pueden llamar su atención:
1. La soberbia se alivia leyendo.
2. La lectura es dinamita pura para la imaginación.
3. La lectura nos acerca cada vez más a la autocomprensión.
4. La lectura sirve como un espejo.
5. La lectura es como una hermosa melodía, sin instrumentos, o cuyo único instrumento es la palabra.
6. La lectura eleva el alma.
7. La lectura rejuvenece a la vez que nos hace sabios.
8. Se puede leer cómo es morirse, sin haber muerto o morir al hacerlo.
9. Leer es dejar que el amor suceda.
10. Leer es viajar sin pagar nada.
11. Leer es el máximo pacer casto.
12. Un gobierno que no alienta lectores, no tiene esperanza.
13. Leer es savia de la democracia.
14. Leer es escuchar.
15. Leer enriquece los sueños.
16. Leer cambia vidas.
17. Leer nos permite ver la inmensidad de nuestra ignorancia.
18. Leer da temas de conversación.
19. Leer es descubrir.
20. Leer enriquece.
21. Leer obliga a escribir.
22. Leer humaniza.
23. Leer trasforma el mundo.
24. Leer nunca es tiempo perdido.

PUNTO FINAL. 25. Leer libera
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