Trabajadores en el condado de San Diego se esconden de Inmigración bajo los árboles
Vinieron persiguiendo un sueño y trabajan, si es que los ocupan, construyendo casas de lujo en San Diego, pero tienen que vivir en el bosque escondidos de Inmigración.
El sitio de acceso es imperceptible. Al transitar en auto por la
carretera, es casi imposible verlo, pero ahí está: un hueco entre la
maleza que se convierte en un túnel que desciende hasta quedar en medio
de un barranco.
Quince
minutos más tarde, después de pasar por zanjas y recovecos, ahí está:
un grupo de casitas hechas con palos, hule, cartón, con lo que se pueda,
en medio de los árboles, sólo para pasar la noche.
Decenas, tal vez cientos de jornaleros, viven de este modo en la ciudad de Vista, en el norte del condado de San Diego.
La
zona de mayor ingreso per cápita de la región tiene oportunidades de
trabajo, de "jale", para quienes ofrecen sus servicios en el ramo de la
construcción. Albañiles, carpinteros y ayudantes son requeridos para
sostener el desarrollo residencial del área y, gracias a ello, pueden
enviar cada quincena algunos cientos de dólares a sus lugares de origen.
Sin
embargo, el carácter residencial es un arma de doble filo. En esta
zona, el pago de una renta es un sueño imposible de alcanzar.
Los
más afortunados comparten apartamentos; seis, ocho personas en uno sólo
de ellos, pagando cerca de 200 dólares mensuales cada uno. Los otros,
los que no pueden pagar, se van a vivir a la barranca, bajo los árboles,
escondidos de la "migra".
"Pero
en cualquier ratito salimos de aquí y nos vamos a rentar un cuartito
por ahí", dice esperanzado Jacinto, de 34 años, originario de Guerrero,
México.
Jacinto
vive con dos de sus compañeros en una de estas "casitas" hechas con
palos y con trozos de hule que hacen de paredes y de techo, sobre el
cual ponen montones de ramas de árbol para camuflar la vivienda.
Adentro
se acomodan los tres en dos colchones, que les regalaron, colocados
sobre tablas. Afuera, entre los árboles, tienen tendederos donde ponen a
secar la ropa después de lavarla en un pocito de agua que no luce muy
limpia, pero que es lo que tienen cerca. Pasta de dientes, peine, unas
tijeras y una brochita evidencian el uso de ese sito como espacio de
aseo personal.
En
algún lugar consiguieron una mesita y unas sillas de plástico. Ahí
ponen la comida que compran en la tarde, cuando llegan del "jale" y ya
bien ocultos se pueden relajar; ahí toman unas cervezas, platican,
recuerdan…
"Yo
trabajaba de albañil allá en México, ganaba 1,200 pesos a la semana
[unos 110 dólares]", dice Jacinto, quien hace ocho meses vive en la
barranca. "Aquí a veces gano 80 dólares al día, a veces 60. No hay
‘jale’ todos los días, unos cuatro días a la semana, más o menos". Con
todo y eso, Jacinto obtiene el doble de lo que ganaba en su ciudad
natal, "a veces un poquito más".
Todo,
salvo lo indispensable para sus gastos personales, lo envía para el
sustento de su esposa y de sus cuatro hijos. "Sí quisiera ir a ver a los
chamacos, cómo no…", dice con la mirada perdida en el horizonte, donde
las casas lujosas que él ayuda a construir bordean la carretera.
Los
grupos de migrantes viviendo en las barrancas en el norte del condado
de San Diego no son algo nuevo. Desde la década de los años 70, grupos
de migrantes indígenas que llegaban a la región para trabajar en el
campo se alojaban en los cañones, en casas construidas por ellos mismos.
"Yo
tengo un hermano mayor y recuerdo en aquella época que nos decía cómo
vivían durante el día y cómo los correteaba la ‘migra’ durante la
noche", dice Rufino Domínguez, coordinador del Frente Indígena de
Organizaciones Binacionales (FIOB), agrupación activista en la defensa
de los trabajadores inmigrantes del condado de San Diego.
Según
Domínguez, la migración más fuerte hacia este sitio provenía de Oaxaca.
Un poco después empezaron a llegar trabajadores originarios de
Guerrero, y tras el levantamiento del Ejército Zapatista de Liberación
Nacional (EZLN), llegaron los de Chiapas. La mayoría de ellos han
trabajado durante años en el campo; Domínguez asegura que el acceso a la
industria de la construcción es reciente, "de unos 10 años para acá".
Hace
tres años la ciudad de Carlsbad, un grupo numeroso de jornaleros que
vivía en los cañones fue desalojado debido a una ordenanza aprobada por
la ciudad bajo la presión de grupos de rancheros de la zona, cansados de
tener a los migrantes viviendo a la intemperie en su comunidad.
En
el sector de Vista, Gregorio Rodríguez, compañero de Jacinto, duerme
bajo los árboles cada noche, esperando juntar aunque sea unos 500
dólares al final de la quincena para enviarle a su esposa y a sus dos
hijos.
"Aquí
nos pagan bien, vamos saliendo. Te ocupan para todos los trabajos, para
la madera, para hacerle de chalán de albañil. Sí hay veces en las que
nos dicen que nos van a echar a la ‘migra’ o a la policía, pero nosotros
nos quedamos aquí abajo cuando no hay jale. Un rato nada más, un añito,
luego ya estamos de salida, para regresar a México".
Apoyo a las víctimas de abuso laboral
A
casi todos les ha pasado alguna vez: los llevan a hacer un trabajo y no
les pagan. A algunos les ocurre un día, a otros los contratan durante
semanas y al final el patrón se hace "ojo de hormiga", aseguran.
Afuera
de una licorería en la ciudad de Vista, decenas de jornaleros se reúnen
cada mañana en busca del "jale", del patrón que llegue a contratarlos
para hacer un trabajo de carpintería, de albañil o para arreglar un
jardín.
Sin
embargo, la situación migratoria de estos trabajadores, la mayoría de
ellos indocumentados y muchos provenientes de comunidades indígenas de
México o de Centroamérica, hace que sean presa fácil del abuso.
Tal
es el caso de Felipe Cruz, originario de Querétaro, México. Felipe
trabajó partiendo y repartiendo leña para las chimeneas con un hombre
que lo contrató para ese fin en varias ocasiones. Le pagó una parte del
salario acordado y le prometió que en unos días le daría lo demás; ya
pasaron dos meses y le sigue debiendo 650 dólares.
"Él
nomás dice que me va a pagar tal día, o que lo espere otros dos días
más", dice Felipe. "Yo soy pobre, pero si me va a traer así, que los
agarre él. Si el dinero le hace falta, pues que se lo quede", dice con
rabia, tratando de disimular la sensación de tener un nudo en la
garganta.
Cálculos
del Centro de Abogacía Social indican que existen entre 300 y 400
jornaleros indocumentados en la ciudad de Vista que viven en una
situación incierta y que suelen ser sujetos de abuso.
Juan
Martin Sajche, promotor de derechos humanos en defensa de estos trabajadores, y
Adán Ortiz, quien durante años ha trabajado con jornaleros migrantes
indígenas, se dedican a identificar y asesorar a los trabajadores que
han sido burlados por los patrones, para que sepan que sin importar su
situación migratoria ellos tienen derecho a exigir su pago.
"Da
mucho coraje ver el abuso, sobre todo cuando vemos que algunos de estos
patrones son latinos", comenta Adán, quien trabaja en el caso de otro
trabajador a quien el patrón le adeuda más de 1,200 dólares. En tanto,
Juan Martin pide sus datos a Felipe, a quien se le ilumina un poco el rostro
ante la perspectiva de que, de alguna manera, pueda obtener justicia.
Más información sobre el Centro de Abogacía Social en el (619) 444-5700.
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